Blog personal de Elena Porté

En estas páginas comparto escritura creativa y pintura. Encontraréis relatos breves, cuentos o retratos que brindan inspiración y belleza. Su propósito es mostrar que todos podemos aflorar nuestros dones creativos cuando nos conectamos al ser. Gracias por leerme.

La decisión

Quince días, casi no me lo creo, menos mal que me la ha dejado esta vez. No puede ser que sólo la vea a ratitos. ¿Habrán de pasar otros seis meses para un simple fin de semana?

Violeta dio el último beso a su madre y Alberto insinuó un adiós con la mano metiéndose en el taxi.

En marcha hacia el aeropuerto, la niña callada a su lado desvió la cabeza mirando por la ventanilla. Alberto se acomodó en el asiento y volvió a su conversación interna. Natalia había estado seca ayer. Y él, esto no puede ser, recordó la discusión de hace unos días con los reproches de siempre. Si es que sólo piensas en tu hija, parece que yo sea transparente.

Levantó la cabeza, tomaban ya el desvío de la Terminal 1. Mirando el reloj, iban con tiempo sobrado, tenían las tarjetas. Y siguió en lo suyo, yo no me puedo partir. Si no entiende que tengo una hija y que puedo querer a las dos, tendría que aprenderlo. No me atrevo a encarar la conversación, esta si se enfada se va. ¿Es que no puede haber nada fácil? ¡Mujeres! Masculló Eduardo impotente. Bueno, no es hora de fastidiarme este momento pensando en ellas y Viole está seria.

Para Eduardo estas vacaciones significaban mucho. Además de convivir con su hija, iba a visitar al fin la playa de Tayrona en la costa norte de Colombia. Esta vez no podría hacer surf, pero vería el mar de olas imponentes y exploraría la zona. Quizá no es el sitio más adecuado para la niña, pero desde el resort las vistas son fantásticas. Lo importante es ella y yo feliz.

Ya casi llegaban y sacando de debajo de sus piernas la caja envuelta con un lazo de color púrpura, pensó espero que le haga ilusión. A ver si esta vez acierto.

  • Ohhh…

Con los ojos como platos, la niña arrancó el osito de las manos de su padre abrazándolo contra su pecho.

  • ¿A que es bonito?

Dijo Eduardo entre aliviado y enternecido.

  • Sí. Le pondré el lazo.

Contestó Violeta rompiendo al fin su silencio.

  • Has visto, cielo, es violeta como tú.

La niña seguía sin despegar la mirada del peluche mientras iba enredando la cinta en su cuello.

  • Se llamará Álvaro, añadió entre dientes.

Y su padre, qué bonito. Bienvenido a la familia Álvaro.

Esos trece días juntos fueron inolvidables para Alberto. Padre e hija empezaron a construir la relación que hasta ahora no habían tenido.

Dormían en la misma cama, que con lo grande que era cabía Álvaro entre los dos, verdad papá. Hoy jugaban a brincar sobre el colchón y a guerra de cosquillas con almohadones.

  • ¡En el cuello no, por favor!! ¡Que ahí tengo muchas!
  • ¡¡Jajajaja!! ¡Pues ahora veras! ¡Va Álvaro, hazle tú también a papá!
  • ¡No seas mala!

Embistiendo con suavidad a la pequeña y ambos llorando de risa:

  • ¡Pues ahora verás brujita!

Alberto se entregaba por completo a esos ratos de juego que le conectaban con una infancia pendiente de disfrutar. Nada existía salvo Violeta y la vivencia del momento.

La niña en cambio, compartía sus afectos por un desconocido papá con el muñeco del cual se encariñó hasta tal punto, que no se separaba de él ni para bañarse. Es mi mejor amigo, repetía.

El último día, aunque todavía hacía aire, bajaron por fin a la playa. Para despedirse, ya que no habían podido pisarla. A causa del temporal durante días seguidos, Alberto había preferido quedarse en la piscina del hotel.

De camino por el sendero que conducía a Playa Cristal, se detuvieron para contemplar a los lejos las olas acompasadas que descansando de jornadas de esfuerzo, rompían suaves formando gigantescas escamas de espuma blanca.

Cuando llegaron, Violeta se quedó fascinada por la inmensa franja de arena llena de conchas.

  • Wala qué graaaande.
  • Sí cielo, aquí hay mareas y el mar sube y baja, no es como en Barcelona.
  • ¡Vamos a hacer un castillo!

La niña saltó de pie y soltando despreocupadamente al muñeco, echó a correr y su padre tras ella con el cubo y la pala.

Ya concentrado el equipaje esperando la guagua que les iba acompañar al aeropuerto Violeta advirtió que no tenía el osito.

  • ¡Álvaro! ¿Dónde está? ¡No lo veo papá!
  • Pues no sé Viole, estará en la maleta o en esta bolsa.

Extendieron en el suelo toda la ropa y objetos de las maletas, revolvieron en las mochilas. Nada, ahí no estaba y creían que habían vuelto con él. La pequeña estaba desconsolada, había perdido a su amigo.

  • Igual está en la playa.

Dijo sollozando.

  • Cielo, ahora no podemos ir. Es tarde, no nos da tiempo.
  • Papá por favor, por favor, vayamos a buscarlo.

En cuatro horas tenían que estar en el aeropuerto para tomar el avión de regreso a Barcelona. Y no podían perder ese vuelo. Se acordó de su abuela mentando a San Antonio cuando de pequeños perdían algo o venían mal dadas.

Él quería complacer a su niña e intentar recuperar el muñeco, no iba a tirar por la borda la relación que habían conseguido. Recordó las palabras de Violeta una noche al darle un beso después del cuento: qué pena que mamá no sea tu amiga, eres el mejor papá del mundo.

Para no disgustarla, estaba incluso dispuesto a cambiar el billete aunque fuera pagando un buen recargo y sin seguridad de nada. Pero lo peor para Alberto era la promesa que le había arrancado su novia de que al día siguiente de llegar saldrían a pasar al fin unos días juntos a ese hotelito del Montseny.

¿Qué le diría Natalia si faltaba a su compromiso? ¿Cómo podía explicarle que por un simple peluche habían perdido el avión y, más aún, que el berrinche de una mocosa había pasado por delante de ella? Esta vez, sus celos podrían con la relación.

Sin pensar más, acompañó a la niña a la recepción. Violeta, quédate aquí con esta señora, volveré en poco rato de la playa. Deséame suerte, añadió sonriendo.

Mientras abrazaba a la niña intentando calmarla, las dudas y la indecisión secuestraban su voluntad.

Basta. No puedo continuar sometido como un pelele. Volveré a la playa, aún queda una hora para que la marea suba al nivel en donde hemos plantado la sombrilla. Luego haré las gestiones del billete desde el mostrador de la compañía en el hotel.

Cuando viéndole llegar con el peluche en la mano, la niña se tiró a sus brazos, Eduardo sintió que había hecho lo correcto. Ahora sí que al fin estaba listo para tener esa conversación con su novia.