Blog personal de Elena Porté

En estas páginas comparto escritura creativa y pintura. Encontraréis relatos breves, cuentos o retratos que brindan inspiración y belleza. Su propósito es mostrar que todos podemos aflorar nuestros dones creativos cuando nos conectamos al ser. Gracias por leerme.

El contrato con Dios

Estaba anocheciendo y Salomé regresaba a casa tras su jornada en la librería. Hoy el señor Hicks le había entretenido ordenándole clasificar tres cajas de libros recién llegados y salía más tarde. Decidió atajar por las callejuelas del centro de Newham, una de las zonas más deprimidas de todo Londres. Podía encontrarse con los Bigs, pero no tenía otra opción si quería llegar puntual para la cena. Se arrebujó en su levita y apuró el paso.
Llegando a un callejón entre bloques de viviendas, decidió saltar por la valla de los patios traseros, pero no pudo avanzar. Al darse la vuelta, vio que estaba acorralado. Eran ellos.

“¡Oh, Dios!, vienen a por mí. No tengo salida”, pensó.
—  Eh Mof… ¡Mira, es el nuevo! ¡Vamos a darle una lección! —dijo el cabecilla de los Bigs.
—  Sí es Salomé Khreks. ¡Es un judío! ¡Fuera! —dijo otro.
— ¡Lleva un sombrero ridículo! —añadió el tercero.

Tenía que defenderse y agachándose, agarró la primera piedra sin dejar de mirarlos.

— ¡Eh cuidado! ¡Que tira a dar! —gritó el listo de los Bigs tirándose por encima de la valla.
— ¡Vámonos de aquí! —Permitió el cabecilla saltando también al otro lado.
—   Nos está apedreando… ¡Ay! —siguió Bob el kamicaze.

Salomé, sigue cargando piedras para lanzar a sus enemigos cuando, de repente, una de ellas, le llama poderosamente la atención.
“Aquí hay algo escrito… ¡Un contrato con Dios! ¡Me lo quedaré!”, piensa.

Son las ocho de la noche y Salomé todavía no se atreve a entrar en casa. Qué dirán sus padres cuando le vean con la levita rasgada.

“No puedo preocuparles, lo último que necesita padre son disgustos con su delicada salud”. “Y ya habrán cenado”. Siente que le falta el aire, está muy unido a su padre.

Vuelve a acordarse de la piedra y le puede la curiosidad. Decide sentarse en las escaleras del porche a leer el extraño contrato bajo el farol de la entrada.
“Tú pon la cantidad y yo pongo la calidad. Tu Dios Creador”, está grabado en el pedazo de yeso.

“¿Qué querrá decir…?” “parece un enigma”, se queda pensativo. A Salomé le encantan este tipo de misterios, sobre todo a partir de que el señor Hicks le dejara leer las novelas de intriga de su tienda cuando no hubieran clientes ni trabajo que hacer.

“Estoy seguro de qué es un mensaje divino para mí. No hubiera llegado a mis manos”, se dice reparando en los latidos acelerados de su corazón.

Saca la pequeña libreta que lleva siempre en el bolsillo y empieza a escribir todos los pensamientos que le pasan por la cabeza.

“No, este tampoco encaja…”, masculla arrancando otra hoja. “¡He de descifrarlo!”.

Sigue obstinado como si se tratara de uno de los problemas de álgebra que le pone su padre. Lleva rato afuera y la sensación de frío le trae de nuevo al momento.

“Tengo que entrar”. Y en ese instante le llega la revelación. “Yo actúo como mejor sé y el Señor me protege de todo mal”, ve la frase en su cabeza sobre un fondo de lucecitas. “¿Y también puedo apedrear…?”, le aflora la duda. “Bueno…, no tenía otra opción. Además, soy una criatura de Dios, dice la Torah”, se dice aliviado, “y estoy aquí a salvo de los Bigs. Dios ha hecho su parte. Escribiré el significado del contrato”. Rascando con la uña sobre la cal cuarteada del reverso del yeso graba su interpretación del mensaje. “Este es un tesoro que no debo olvidar”. Y piensa, “es hora de entrar”.